miércoles, 3 de diciembre de 2014

BUCAREST (Rumanía), belleza perdida

Todo el mundo habla mal de esta ciudad. Yo no valoro las ciudades por su "belleza", sino por su alma, y por supuesto ésta la tiene. Estuve muy poco tiempo en la capital rumana y no sería justo opinar sobre ella con tan pocos parámetros y sirva este sencillo prolegómeno para quitarle valor a lo que pueda decir sobre ella.

Cierto es que este tipo de ciudades, otrora imperiales y bellísimas, han sido destrozadas por el periodo comunista, arrasadas en su arquitectura y, en este caso, no ha podido sobreponerse a aquellos años de penuria. La ciudad es enorme, y tiene zonas de casonas, mansiones y un gran rascacielos de tipo soviético, auténtica caja de zapatos, que impresiona. El desaguisado de la Casa del Pueblo, desastrosa construcción megalómana del dictador Ceaucescu que fulminó una enorme parte del casco histórico de la ciudad, marca como un espadazo el centro urbano, dejándolo frío, desangelado y poco agradable de pasear.

La parte más histórica ha sustituido las galerías y callejuelas de tiendas y anticuarios por un compendio de bares y salas de fiestas, sex shops y cervecerías sin ningún tipo de categoría, lo que desanima al viandante. La vieja galería comercial está en penoso estado, las calles contienen abundantes desaguisados arquitectónicos, solares, bellas casas en fase de abandono y derribo y el paseo se torna complejo.

El camino hacia la Plaza de la Revolución, además de largo, está poblado de altibajos comerciales, las nuevas construcciones, como el deleznable nuevo gran teatro de la música, auspician negros nubarrones en el perfil urbano. Viejos cines en decadencia, algunos elementos funerarios de fallecidos en la etapa turbulenta de la caída del muro, palacetes extraordinarios convertidos en supermercados, calles maravillosas dejadas de la mano, arquitectura racionalista soviética de libro machacando edificios neoclasicistas o piezas renacentistas encomiables. Quizás, las que más sufran, sean esas pequeñas pero bellas iglesias ortodoxas, acogedoras, entrañables y encantadoras en ambiente, actividad e intimismo.... ubicadas fuera de contexto, entre edificio y tráfico, poco respetadas en el entorno.

Bucarest no es ciudad amable para el visitante. Enseña sus joyas con cicatería, es grande, fría e incómoda. Tiene un tráfico terrible y no está pensada para el peatón. Pero todos los lugares aportan algo al visitante con ojo generoso y la capital rumana tiene, como corresponde, sus tesoros escondidos aquí y allá, como alguna cervecería mítica, el Café Gallón y alguna iglesia excelente. Ah, merece la pena comentar cómo se aprecia el "arranque" de los símbolos comunistas de los edificios oficiales, ya que no han "camuflado" esta acción y se ve claramente, como si fuera sido ayer, los espacios antes poblados por hoces, martillos y estrellas rojas.


































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